
Cultura para la Paz
nifiesten encubiertamente de manera
diferente: la educación como arma de
poder.
Y nunca hasta ahora ha habido un arma
tan poderosa y destructiva del valor
del hombre como tal, porque nunca la
Educación, que es la nutriente de su
evolución y su destino, ha estado en
manos de una élite dominante tan po-derosa
y tan contraria a ella. Nunca el
riesgo global ha sido mayor, pues nun-ca
en la historia se ha expuesto hasta
a la misma Madre Naturaleza, sustento
de la vida de todo ser planetario, en
riesgo de aniquilación.
Y mientras esto pasa, viviendo y vién-dolo
con nuestros propios ojos, los ar-gumentos
siguen estando inalterables
y las valientes reacciones individuales
y colectivas a esta nueva forma de ig-norancia,
esclavitud e injusticia son
continuamente perseguidas con todos
los medios al alcance. La consecuen-cia
es que se ha llegado a un grado
de indiferencia extrema que mantiene
aletargadas las conciencias, en un es-tado
hipnotizado por la superficialidad,
la decadencia moral, el individualismo
egoísta, la inercia, y la prepotencia de
las más bajas pasiones de la naturale-za
humana.
La Educación está secuestrada y amor-dazada
por unos dirigentes que la pre-sentan
hipócritamente y sin pudor, dis-frazada
de una frívola mescolanza de
teorías y fariseísmos de todo tipo bajo
el nombre de democracia, defensa de
los Derechos Humanos, académicos
discursos bienintencionados, falsos
golpes de pecho de las religiones, pro-pagandas
buenistas tipo Conmemo-ración
Internacional del Día de no sé
qué, etc.
Mientras todo esto pasa, más de dos
tercios de los humanos, los más opri-midos
por el sistema, los desheredados
y los abandonados, sucumben en su
nefasta realidad, y los demás, (a nivel
social, colectivo, familiar e individual),
tranquilizamos nuestras conciencias,
absolutamente programadas, queján-donos,
enfermando o enloqueciendo
en unas formas de vida cada vez mas
prisioneras de nosotros mismos.
Así, cotidianamente vivimos o malvi-vimos
mientras intentamos educar a
nuestros hijos y alumnos, responde-mos
al fisco, trabajamos o buscamos
el trabajo, votamos a nuestros diri-gentes,
rezamos a nuestros particula-res
dioses para que hagan algo (sobre
todo hacia uno mismo), nos miramos
el ombligo y vemos la “paja en el ojo
ajeno y no la viga en el propio”, nos
distraemos… Sin querer darnos cuen-ta,
y adormecidos, alimentamos en
cada momento una situación global
cada vez más insostenible.
Todos somos parte responsable de to-das
y cada una de las problemáticas
generadas en todos los órdenes de la
sociedad, y por lo tanto estamos obli-gados
a contribuir en su solución. El
compromiso es hacia la Humanidad
Una. Y puesto que ninguno estamos
fuera de ella, todos somos responsa-bles
de su Educación, comenzando por
la propia.
Pedro Campos Aguilera
— 15 —